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lunes, 28 de noviembre de 2011

#19.- Jose Luis Comellas y el cielo de Colón

"Cualquiera puede hacer historia; pero sólo un gran hombre puede escribirla."
Oscar Wilde

No habrá aficionado español a la astronomía que no conozca a Don Jose Luis Comellas. Raros deben ser los que no hayan leído algo suyo, a lo mejor, hasta sin haber caído en la cuenta. Y para los aficionados a las estrellas dobles es una referencia de primera magnitud. Son por tanto los doblistas quienes mejor hablan del trabajo de este maestro de todos ellos. Y de más gente.

Es menos conocido que es doctor en historia y catedrático de historia de España moderna y contemporánera, ahora profesor emérito de la Universidad de Sevilla, entre otras muchas actividades que ha ejercido a lo largo de su vida.

Y yo de cuando en cuando repaso las estanterías de casa para releer un libro. Precisamente esta vez saqué uno llamado El Cielo de Colón, escrito por él y publicado en 1.991. Ya me acordaba de que me resultó muy ameno la primera vez. Pensaba usarlo para ocupar un rato libre, hojeándolo por encima y fijándome solo en algunos párrafos. Pero acabo de terminarlo de cabo a rabo, y he encontrado cosas muy interesantes de las que quiero hablar aquí, aunque el que quiera disfrutar bien de esta historia, deberá hacer como yo, y leerlo de principio a fin.

El subtítulo es Técnicas navales y astronómicas en el Viaje del Descubrimiento, y se ajusta al contenido mejor que el título. Pero dicho esto, puede parecer de interés limitado, o un poco plasta. Lo cierto es que no es así, y se lee de corrido, y aunque podría ser pesado y farragoso, es todo lo contrario. Está lleno de detalles y de curiosidades, y como el propio autor dice al principio:
La erudición cumple un papel imprescindible, y sin su ayuda nuestras interpretaciones se expondrían a caer en una contínua falsedad o en el puro ensayo. Pero en ocasiones, -y ésta lo merece- es preciso respirar a pleno pulmón y sin estorbos de ninguna clase toda la emoción de la Historia viva.
 Lo dice y lo consigue, de modo que nos podemos ver en la cubierta de la nave del Almirante, de noche con la Polar a 27 grados sobre el horizonte, y las pléyades a 10. Colón no lo sabe, pero lo que tiene enfrente no es la China del Gran Khan, ese que según Marco Polo vive en un palacio con las tejas de oro. Tampoco sabe qué ha sido la luz que les ha parecido ver delante de ellos al principio de la noche, y que les tiene en vilo creyendo que era un fuego encendido en la costa. ¿Ha podido ser Saturno entre las nubes, que está saliendo precisamente ahora y justo por la proa?. Este error ya lo han tenido otros, y seguírá pasando para los que navegan sin mas elementos que los ojos y la falta de sueño.

El autor nos llama la atención sobre un detalle. La Polar no estaba donde la vemos ahora. En 500 años se ha movido hasta parecer que está exactamente en el Polo. Pero entonces la distancia era de casi tres grados y medio. Cabían seis lunas llenas entre la Polar y el Polo y sobraba un poquito. De modo que a lo largo de la noche recorría una buena órbita alrededor de ese punto. Eso veremos que tiene importancia y no se pasa por alto en este libro. Aún así de distante, tenía el mismo papel que ahora de servir por la noche de referencia al Norte. Y además de brújula, las estrellas de la Osa Menor eran el reloj. Al girar sobre el Polo hacían avanzar una aguja a la que la gente del mar llamaba Las Guardas. Una vuelta, 24 horas. Y cada día arrancaba de una posición diferente, y se iba moviendo en sentido contrario al de nuestros relojes. Un poco incómodo, pero no fallaba.

El libro nos cuenta que Colón hizo varios descubrimientos además de el del continente. Pudo ver vientos nuevos y nuevas corrientes, el mar de los sargazos, los habitantes del nuevo mundo y sus extrañas costumbres.  Pero es importante el descubrimiento de la variación de la declinación magnética. Hoy todos los que navegan y estudian algo de navegación, aunque sea lo básico, saben qué es esto, pero ya es más raro que se sepa que fue Colón el primero que notó este comportamiento, y lo anotó en su diario. También dejó escrito que la Polar se movía.

Vamos a ver qué es esto de que la declinación magnética varía. Sabemos que el polo Norte magnético no coincide con el geográfico. Por eso las brújulas no marcan el Norte exacto. Esa diferencia es precisamente la declinación magnética. Hoy sabemos que su valor no es el mismo para cada lugar del mundo, sea en el mar o en tierra firme. Y también sabemos que en cada punto, su valor va cambiando con el tiempo. En cuanto a su uso, es fácil. A lo que marca la aguja se le suma o se le resta la declinación, según sea Oeste o Este su signo, para que el resultado represente el ángulo con respecto al Norte geográfico.

En las cartas náuticas viene siempre descrita la declinación, lo normal es con una rosa en la que viene el valor a la fecha de publicación, y el incremento o decremento por cada año que ha pasado desde entonces. De una carta del Cantábrico:

No llega a tres grados al Oeste para el año 2.002, y cada año que pasa se desplaza 8 minutos al Este. Los números del centro son profundidades en metros y la letra F es que en el fondo lo que hay es fango. Ahora, si estamos en la costa atlántica de Marruecos, ya cambia:


O también, para las cartas que cubren un área mayor, también puede venir mediante curvas, donde hay que interpolar los valores.


Esto se conocía desde antiguo, y lo que se hacía es que se cebaban las agujas de los compases, es decir, la escala se montaba desviada, con lo que la lectura era directa y se podían orientar sin necesidad de cálculos correctores. Pero hacían tal cosa porque creían que se trataba de un valor fijo, para siempre y para cualquier parte. Los navegantes, en sus expediciones costeras tampoco necesitaban más precisión, y la cosa iba funcionando.

Pero en una singladura transatlántica, la variación puede ser apreciable. Estos son los valores en el año 2.000.


En 1.492, este gráfico tendría otro aspecto, pero las variaciones podían ser del mismo orden, y llegan a ser desvíos importantes, lo que haría que Colón notase el comportamiento extraño de su aguja de marear, y al compararla con la Polar, tuvo que sentirse un poco perplejo. Comellas lo explica con claridad y con datos. La aguja se movía, y la estrella se movía. Que las dos cosas se movieran ya era mucha tela para resolverlas juntas. Colón anotaba estas cosas en su diario, pero al final, terminó echando toda la culpa a la estrella Polar. En palabras del Almirante:
"La causa fue porque parece que la estrella hace movimiento, y no las agujas"
Terrible lo de este hombre que descubría cosas tan importantes, pero se moría sin haberse dado cuenta de "exactamente qué".

Después del primer viaje de Colón, comenzó el auge de los grandes viajes de tipo comercial, científico, de descubrimiento o militar, y empezó una época en que el correcto conocimiento de la declinación magnética era de enorme importancia para el capitán que se viera en una gran travesía. Por tanto, si no fuese Colón, hubiese sido otro el primero en darse cuenta. Por ejemplo, unos años después, en su viaje alrededor del mundo, Fernando de Magallanes experimentó exactamente el mismo fenómeno. Antonio Pigafeta, cronista de aquella aventura escribe:

“La aguja de nuestra brújula indicaba siempre el N, pero desviándose algo del polo. Esto, lo había observado muy bien nuestro capitán general (Magallanes), por lo que cuando estábamos en pleno Océano, preguntó a todos los pilotos qué ruta anotaban en sus cartas y respondieron que la correspondiente al rumbo que les había dado. Magallanes les advirtió entonces que tenían que corregir sus anotaciones, a causa del error a que les inducía la aguja; porque esta se desviaba en razón a que en el hemisferio austral perdíıa alguna fuerza de atracción hacia el polo N”

Pero fue el Almirante el primero que lo dejó escrito, y así nos lo recuerda este libro entre otras muchas cosas para las que no hay sitio aquí. Además, me he propuesto sólo rendir mi reconocimiento particular al autor, recomendando la lectura completa de este libro, y no resumir el original, con lo que todos saldríamos perdiendo.

Yo lo encontré en librerías. Supongo que será fácil en internet. Es una mezcla de astronomía, navegación, historia y aventura. Muy bien hecho por un historiador que domina su oficio y por un astrónomo aficionado que no hace falta presentar entre nosotros.

Pocos viajes habrán habido que hayan ensanchado tanto el mundo y traído tantas sorpresas a los viajeros. Marco Polo, Magallanes, Cook, Livingstone, Apolo XI, pero a mí me hubiese gustado formar parte del que nos ocupa hoy. Aunque fuese de grumete. Me hubiese tocado la tercera guardia, la del alba, que viene despues de la que llamaban modorra, que era donde pasaban más sueño, y habría tenido que vigilar el reloj de arena para que no se atascase. Habría empezado mi guardia a voz en grito, para que todos me oyeran:
Bendita la hora en que Dios nació, Santa María que le parió, y San Juan que le bautizó. La guardia es tomada, la ampolleta muele. Buen viaje haremos, si Dios quiere.
La ampolleta es el reloj de arena y que muele es que está funcionando. Que está cayendo arena por debajo, vamos. Luego, al darle la vuelta cada media hora, tengo que gritar de nuevo:
Buena es la que va, mejor la que viene. Una ya es pasada, y las dos muele. Y más molerá, si Dios quisiere. Cuenta y pasa, que buen viaje faza. ¡Ah de proa, alerta y buena guardia!.
A lo que los de proa me tenían que contestar con otro grito, para que supiéramos todos que no se han dormido. Con tantas voces no sé cuantos conseguirían descansar siquiera. Por fin, al amanecer, después de pasar la noche gritando, tengo que dar los buenos días a todos por si no tenían bastante:
Bendita sea la luz y la Santa Veracruz, y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad. Bendita sea el alba y el Señor que nos la manda. Bendito sea el día y el Señor que nos lo envíaaaaa......
Supongo que después de esto me iría a mi hamaca corriendo antes de que me empezaran a tirar zapatos o cosas peores y oyendo a quien se acuerda de toda mi familia.


Pues eso voy a hacer ahora mismo. Me voy. Espero que entre vosotros nadie me quiera tirar nada a la cabeza.
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